martes, 19 de junio de 2012

Celebrar la vida, es celebrar el perdón de Dios


Lucas 15:11-32 La parábola del padre que recobró a su hijo perdido

Hay mucho por hablar sobre esta parábola de Lucas y creo que esta historia es muy relevante para el mes del padre. Es interesante pensar cómo la sociedad actual celebra ese día y lo que significa para la sociedad Argentina el concepto "celebrar en familia". Celebrar el día del padre no es solamente darle un hermoso y costoso regalo, no es solamente compartir una comida, no es solamente salir a pasear con él, sino que ese día es especial para dialogar con él, para sincerarse con él, entre padre e hijo, entre hijo y padre, para recordar momentos lindos y para olvidar momentos malos. Todo está servido, ¡dialoguemos!

Esta parábola que encontramos en Lucas, es una de las trillizas que aparece en el capítulo 15, porque las 3 parábolas se destacan por revelar algo maravilloso: algo que estaba perdido, lejos, muerto, pero ha sido encontrado y es motivo de gran alegría para compartir entre todos. El pastor se alegra tanto de haber encontrado a su oveja perdida, o la mujer que es ama de casa que al perder una de sus monedas enciende una lámpara y no cesa de barrer hasta que la encuentra y luego llama a sus amigas para celebrar que encontró esa moneda que se le había perdido.

Comenzando a reflexionar puntualmente en nuestra parábola, es interesante simpatizarse con el joven hijo que reclama su herencia. De alguna u otra forma, todos hemos sido como ese joven hijo, que ha decidido utilizar su herencia allí donde nosotros hemos decidido que era lo correcto, cuando nosotros hemos decidido malgastar nuestros bienes allí donde creíamos que estaba la felicidad y el deleite de la vida. Pero esta parábola nos revela cuán temporales  son los bienes y qué rápido desaparecen. Viene el hambre, la desesperación y como dice una frase: “hacemos gato y zapato” para poder, al menos comer.

Este hijo joven consiguió trabajo en un campo cuidando cerdos, pero nadie le daba de comer, ni siquiera podía comer la comida de los cerdos. Y es ahí cuando este joven tocó fondo y recapacitó: ¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! El joven decide regresar a la casa de su padre, pero primero tiene que pensar muy bien lo que va a decir: y vieron cuando éramos chicos y nos mandábamos una macana y pensábamos: “cómo voy a explicarle a papá lo que hice”. De alguna manera esta parábola revela esto, pero hay algo mucho más importante que Jesús quiere decirnos y está en la confesión de este joven hijo: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti, ya no merezco llamarme tu hijo, trátame como a uno de tus trabajadores”.  Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre.

No pensemos que el tiempo va a curar las heridas abiertas. El tiempo nos ayuda, justamente, a recapacitar, nos ayuda a ablandar nuestro corazón, y si además de la necesidad espiritual tenemos que pasar necesidades físicas, posiblemente sea porque nos ayudarán a bajar nuestros decibeles, y no optar por negar o ignorar a mi padre o a mi hijo, sino a dialogar, a negociar, a reconciliarse.

Cuando el padre ve llegar a su hijo desde lejos, desde el horizonte, sintió compasión de él y corrió a su encuentro y lanzándose sobre sus hombros llorando, lo besaba. El joven dice su "speach" pero el padre tiene una reacción muy distinta de la que él esperaba.

Esto nos hace pensar: quiénes somos; porque en nosotros no está el decidir cuando somos o dejamos de ser hijos de Dios, no está en nosotros el poder de desheredarnos, no esta en nosotros el poder de decir: “todavía necesito una dosis de ley y de castigo, mandame con tus trabajadores”. Pero Dios es el que tiene poder para decir y decidir cuándo enviarnos evangelio, cuando sacarnos del barro, y manda preparar un gran banquete y luego, ¿dónde nos manda? Nos manda a lavarnos, nos manda a las aguas del bautismo para limpiarnos de toda maldad y declararnos el perdón completo de todos nuestros pecados. Cuando Dios te perdona, él no te pasa factura preguntándote: cuánto gastaste, cuánto te sobró, por qué malgástate tu dinero, etc., ¡NO! Porque el ya sabe estas cosas, porque en tu silencio, y en la meditación de tu corazón, la ley del Señor ya está obrando, ya está ablandando tu corazón, ahora necesitas recibir el perdón, y el sello de esto es esa imagen que trae la parábola: el anillo en el dedo y ropas nuevas.

Dice la palabra de Dios: “…todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento (Isa 64:6 R60).
Así venimos ante Dios nuestro Padre, con trapos y harapos, pero cuán grande es el amor de Dios que nos limpia de todo pecado y nos reviste con la justicia de Cristo, y el anillo simbolizaba la libertad, indicaba que esa persona era hijo del dueño, ya no era un esclavo. Nosotros ya no  somos esclavos de pecado, somos hijos del rey Jesús quien fue a la cruz con nuestros trapos y harapos de injusticia. Y por eso la Escritura nos dice que somos revestidos de la gracia de Cristo y brillamos en la oscuridad y nuestros enemigos huyen porque no pueden soportar la luz de Cristo que resplandece a través nuestro.Por eso el padre del joven en la parábola puede expresar: “este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y lo hemos encontrado”.

De estas cosas, de éstas riquezas espirituales debería haberse dado cuenta el hijo mayor, el hermano mayor de este joven que había regresado.  El hijo mayor estaba trabajando en el campo y al regresar a la casa oyó la música y la fiesta que había y se encontró con que su Padre había mandado matar el becerro más gordo para celebrar que su hijo menor regresó sano y salvo.

Observemos nuevamente el gran amor del Padre quien hacer recapacitar a su hijo mayor diciéndole: “Hijo mío, tu siempre estás conmigo y todo lo que tengo es tuyo”.
El padre busca que su hijo recapacite diciendo: alégrate porque nunca te has perdido, porque siempre estás conmigo ¿Puedes percibir esta alegría? ¿Puedes comprender que estoy tranquilo porque sé que nunca te vas a perder?

Si nosotros queremos ser fieles a nuestro lema: “Como un solo cuerpo” hemos de comprender muy bien por qué somos iglesia. Porque si soy un hijo menor que me he perdido y alejado de las riquezas de Dios y he regresado arrepentido de mis pecados, confiaré que mi hermano mayor me recibirá con los brazos abiertos. Y si me considero el hijo mayor que siempre estuvo en su iglesia, necesitaré comprender que mi hermano menor se había perdido y que ahora a regresado, que a la vuelto a la vida y que viste las mismas ropas espirituales de las cuales yo también disfruto. ¿Y por qué debemos comprender bien estas cosas? Porque uno es nuestro Padre, y a los dos los ama por igual, a los dos, hijo mayor y menor, con aquel que se había alejado y con aquel que está siempre, nos hace RECAPACITAR. Porque la herencia es exactamente la misma para los dos: la vida eterna.
  
Querido lector: nuestro Padre Celestial jamás deja de mirar el horizonte, jamás nos pierde de vista. Y si como hermanos mayores, nos cuesta disfrutar de las riquezas espirituales diariamente, oremos a Dios porque todo lo que pidamos en su nombre y con fe, lo recibiremos. Y si nos vemos como hermanos menores que nos hemos alejado de esas riquezas espirituales, aprovechemos este tiempo donde podemos recapacitar sobre nuestras acciones y tomemos la misma decisión: regresar a nuestro Padre, quien para el fin de los tiempos, nos abrazará a los dos y nos dirá: ¡Vengan hijos míos! El banquete esta servido, disfruten del cielo eterno preparado para ustedes. Que así sea, Amén.

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