Lucas 15:11-32 La parábola del padre que recobró a su hijo perdido
Hay mucho por hablar sobre esta parábola de Lucas y creo que esta historia es muy relevante para el mes del padre. Es interesante pensar cómo la
sociedad actual celebra ese día y lo que significa para la sociedad Argentina el concepto "celebrar en familia".
Celebrar el día del padre no es solamente darle un hermoso y costoso regalo, no
es solamente compartir una comida, no es solamente salir a pasear con él, sino
que ese día es especial para dialogar con él, para sincerarse con él,
entre padre e hijo, entre hijo y padre, para recordar momentos lindos y para olvidar momentos malos. Todo está servido, ¡dialoguemos!
Esta parábola que encontramos en Lucas, es una de las trillizas que aparece en el capítulo 15, porque las 3 parábolas se destacan por revelar algo maravilloso:
algo que estaba perdido, lejos, muerto, pero ha sido encontrado y es motivo de gran
alegría para compartir entre todos. El pastor se alegra tanto de haber
encontrado a su oveja perdida, o la mujer que es ama de casa que al perder una de sus
monedas enciende una lámpara y no cesa de barrer hasta que la encuentra y luego
llama a sus amigas para celebrar que encontró esa moneda que se le había
perdido.
Comenzando a reflexionar puntualmente en nuestra parábola, es interesante simpatizarse con el joven hijo que reclama su herencia. De
alguna u otra forma, todos hemos sido como ese joven hijo, que ha decidido
utilizar su herencia allí donde nosotros hemos decidido que era lo correcto,
cuando nosotros hemos decidido malgastar nuestros bienes allí donde creíamos
que estaba la felicidad y el deleite de la vida. Pero
esta parábola nos revela cuán temporales
son los bienes y qué rápido desaparecen. Viene el hambre, la
desesperación y como dice una frase: “hacemos gato y zapato” para poder, al menos
comer.
Este hijo joven consiguió trabajo en un campo cuidando cerdos, pero nadie le daba
de comer, ni siquiera podía comer la comida de los cerdos. Y es ahí cuando este joven tocó fondo y recapacitó: ¡Cuántos trabajadores en la casa de mi
padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! El joven
decide regresar a la casa de su padre, pero primero tiene que pensar muy bien
lo que va a decir: y vieron cuando éramos chicos y nos mandábamos una macana y
pensábamos: “cómo voy a explicarle a papá lo que hice”. De alguna manera esta
parábola revela esto, pero hay algo mucho más importante que Jesús quiere
decirnos y está en la confesión de este joven hijo: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti, ya no merezco llamarme
tu hijo, trátame como a uno de tus trabajadores”. Así que se puso en camino y regresó a la casa
de su padre.
No
pensemos
que el tiempo va a curar las heridas abiertas. El tiempo nos ayuda, justamente,
a recapacitar, nos ayuda a ablandar nuestro corazón, y si además de la
necesidad espiritual tenemos que pasar necesidades físicas, posiblemente sea
porque nos ayudarán a bajar nuestros decibeles, y no optar por negar o ignorar
a mi padre o a mi hijo, sino a dialogar, a negociar, a reconciliarse.
Cuando el
padre ve llegar a su hijo desde lejos, desde el horizonte, sintió compasión de
él y corrió a su encuentro y lanzándose sobre sus hombros llorando, lo besaba.
El joven dice su "speach" pero el padre tiene una reacción muy distinta de la que él esperaba.
Esto nos hace pensar: quiénes somos; porque en nosotros no está el decidir cuando somos o dejamos de ser hijos
de Dios, no está en nosotros el poder de desheredarnos, no esta en nosotros el
poder de decir: “todavía necesito una dosis de ley y de castigo, mandame con
tus trabajadores”. Pero Dios es el que tiene poder para decir y decidir cuándo
enviarnos evangelio, cuando sacarnos del barro, y manda preparar un gran
banquete y luego, ¿dónde nos manda? Nos manda a lavarnos, nos manda a las aguas
del bautismo para limpiarnos de toda maldad y declararnos el perdón completo de
todos nuestros pecados. Cuando Dios te perdona, él no te pasa factura
preguntándote: cuánto gastaste, cuánto te sobró, por qué malgástate tu dinero,
etc., ¡NO! Porque el ya sabe estas cosas, porque en tu silencio, y en la
meditación de tu corazón, la ley del Señor ya está obrando, ya está ablandando
tu corazón, ahora necesitas recibir el perdón, y el sello de esto es esa imagen
que trae la parábola: el anillo en el dedo y ropas nuevas.
Dice
la palabra de Dios: “…todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras
justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y
nuestras maldades nos llevaron como viento (Isa 64:6 R60).
Así venimos ante Dios nuestro Padre, con trapos y
harapos, pero cuán grande es el amor de Dios que nos limpia de todo
pecado y nos reviste con la justicia de Cristo, y el anillo simbolizaba la
libertad, indicaba que esa persona era hijo del dueño, ya no era un esclavo.
Nosotros ya no somos esclavos de pecado,
somos hijos del rey Jesús quien fue a la cruz con nuestros trapos y harapos de
injusticia. Y por eso la Escritura nos dice que somos revestidos de la gracia
de Cristo y brillamos en la oscuridad y nuestros enemigos huyen porque no
pueden soportar la luz de Cristo que resplandece a través nuestro.Por eso el padre del joven en la parábola puede expresar:
“este hijo mío estaba muerto y ha vuelto
a vivir, se había perdido y lo hemos encontrado”.
De estas cosas, de éstas riquezas espirituales debería
haberse dado cuenta el hijo mayor, el hermano mayor de este joven que había
regresado. El hijo mayor estaba
trabajando en el campo y al regresar a la casa oyó la música y la fiesta que
había y se encontró con que su Padre había mandado matar el becerro más gordo
para celebrar que su hijo menor regresó sano y salvo.
Observemos nuevamente el gran amor del Padre quien hacer recapacitar a su hijo mayor diciéndole:
“Hijo mío, tu siempre estás conmigo y todo lo que tengo es tuyo”.
El padre busca que su hijo recapacite diciendo: alégrate porque nunca te has perdido,
porque siempre estás conmigo ¿Puedes percibir esta alegría? ¿Puedes comprender
que estoy tranquilo porque sé que nunca te vas a perder?
Si nosotros queremos ser fieles a nuestro lema: “Como un
solo cuerpo” hemos de comprender muy bien por qué somos iglesia. Porque si soy
un hijo menor que me he perdido y alejado de las riquezas de Dios y he regresado
arrepentido de mis pecados, confiaré que mi hermano mayor me recibirá con los
brazos abiertos. Y si me considero el hijo mayor que siempre estuvo en su
iglesia, necesitaré comprender que mi hermano menor se había perdido y que
ahora a regresado, que a la vuelto a la vida y que viste las mismas ropas
espirituales de las cuales yo también disfruto. ¿Y por qué debemos comprender
bien estas cosas? Porque uno es nuestro
Padre, y a los dos los ama por igual, a los dos, hijo mayor y menor, con aquel que se había alejado y con
aquel que está siempre, nos hace RECAPACITAR. Porque la herencia es exactamente la misma para los
dos: la vida eterna.
Querido lector: nuestro Padre Celestial jamás deja de mirar el horizonte,
jamás nos pierde de vista. Y si como hermanos mayores, nos cuesta disfrutar de
las riquezas espirituales diariamente, oremos a Dios porque todo lo que pidamos
en su nombre y con fe, lo recibiremos. Y si nos vemos como hermanos menores que
nos hemos alejado de esas riquezas espirituales, aprovechemos este tiempo donde
podemos recapacitar sobre nuestras acciones y tomemos la misma decisión: regresar
a nuestro Padre, quien para el fin de los tiempos, nos abrazará a los dos y nos dirá: ¡Vengan hijos míos! El
banquete esta servido, disfruten del cielo eterno preparado para ustedes. Que
así sea, Amén.